domingo, 24 de julio de 2016

La vida madre

eMamá está nuevamente de excedencia, ese estado que todo trabajador parece desear y considera sinónimo de ocio, diversión, no hacer nada por la cara, asueto y, más comúnmente, hacer el vago. Lo que vienen llamando "la vida padre". Me encantaría saber por qué y quién empezó a llamarlo así, "vida padre". ¿Padre? Yo a este estado en el que vivo lo llamaría más bien "vida madre", porque al fin y al cabo soy yo, su madre, la que lo ha elegido, solicitado y disfrutado. Y otras cuantas cosas que mis envidiosos compañeros no han tenido en cuenta a la hora de valorarlo. 

A saber: 
en este estado hay mucho ocio, desde luego. El ocio se practica recogiendo habitaciones continua e insistentemente. Es como un videojuego de los buenos, en los que a más desorden recogido, más puntos de experiencia, de modo que entras en un bucle en que necesitas recoger cada vez más para subir cada vez más a un nivel mayor, con lo que finalmente te pasas el día entero recogiendo. Pero no, como sospechaba la eMamá, por el hecho de tener la casa, el jardín y la vida en su conjunto hechos un caos absoluto, no. Por experiencia. Por el ocio que conlleva. Por supuesto, tener varios eHijos te permite subir estos niveles rápidamente hasta un punto caótico cuasi permanente (como los niveles imposibles de un tetris, en el que todo el desorden se genera a velocidades casi imperceptibles por el ojo humano, pero una madre suficientemente experta y entrenada puede esquivarlo, reconducirlo y obtener un resultado aceptable, y sobrellevarlo... lamentablemente, aún no he adquirido esa destreza y suelo colapsarme antes). Un lujazo que, con un poco de desorganización, puede quedar al alcance de cualquiera. Resulta que tras el primer punto, mis compañeros empiezan a tener razón.

Por supuesto, la excedencia es una época divertida. Los eHijos tienen montones de actividades para compartir con una eMamá excedente. Como leer cuentos (del alba al ocaso). Como ver dibujos animados (del alba hasta el alba siguiente, si se lo consintiera). Como arrancar hojas de enredadera de las plantas de la terraza. O tirar macetas. O vaciar botellas de aceite corporal por la habitación, untando bien cuna, cuerpo, ropa, un viejo radiocasette, cabezas varias y todos los juguetes que encuentran a su paso (esto en retrospectiva es divertido, el problema radica en no llegar a la locura cuando se descubre la ocurrencia la primera vez). 

Además, la vida madre de la mujer excedida es muy activa. Mis eHijos idearon ayer un gimnasio de interior para las horas de más calor (aunque ayer era un día ventoso y la idea genial les llegó antes de las 10 de la mañana). Mientras eMamá practicaba la distraída costumbre de pasar una aspiradora y limpiar su dormitorio (cosa que una madre excedida también tiene por costumbre practicar, por ocio, por diversión, por asueto, por la cara), mis chicos en el otro dormitorio separaron una cama, deslizaron su colchón, liberaron el somier y decidieron hacer una gymkana con el resultado. No contentos con el coeficiente de rozamiento alcanzado en el improvisado tobogán, desvistieron el ingenio de sábana y protector, dejando el colchón expuesto a gérmenes, bichos y niños por igual. Cuando entré, el cuadro era dantesco: eBichita caminaba con cuidado por las lamas del somier, eHijo se tiraba al grito de "yujuuuu" por el colchón, mientras eBebote con (sólo) una camiseta por atuendo, retozaba como una croqueta por la parte inferior de la superficie. Perpleja y muda. "Estamos haciendo gimnasia" comenta una vocecita. Yo también, hijo, yo también. Mental, para no enfurecerme. Al menos no demasiado rápido.

Por supesto, el panorama no mejora cuando eBebote está al mismo tiempo intentando dejar el pañal. O, en realidad, cuando lo está intentando su ¿santísima? madre. Si el día de excedencia resulta ser medio normal (a saber, un día aburrido en el que los niños se distraen llenando la terraza de juguetes, arrojando alguno por la barandilla, rompiendo dos macetas y bañándose en la tierra desparramada...acaso también sacando una balda entera de libros para empapelar el suelo del salón y fabricándose una cama con el edredón que uso de cubre sofá), eBebote puede aparecer de repente bajo el lema "pis-piiiiiís", y suele salir la cosa medio bien. En incluso bien del todo, desde que ha aprendido de su hermano a usar el váter, a pesar de no alcanzar por estatura ni por tamaño (creo que en alguna ocasión ha debido de acabar dentro y salir ayudado por sus secuaces... al menos cuentan historias sobre ello, y deben de ser verdad). Pero luego están los días raros. Los días como suelen ser casi todos. En que eBebote está distraído, o haciendo su ejercicios psicomotrices sobre el puente de los cocodrilos, o jugando a que es un cocinero de tartas de arena, o un barco en medio del mar salón, o un enfermero de dinosaurios en plena urgencia por un brote de lo que sea que sufran los dinosaurios que necesitan ir a enfermería. Esos días, eBebote se olvida de que su verdadero ser es el de un niño de dos años practicando el control de esfínteres, y de sus necesidades más básicas. Ese día, eMamá prepara cubo, fregona, bañera, ropa y un poquito de paciencia (siempre resulta ser demasiado poca, porque tengo un stock muy limitado) y sabe que, ese día, algo va a pasar. En cualquier momento. En cualquier lugar. Y así suele ser. Varias veces, y en sitios divertidos, sólo por el hecho de que eMamá está en excedencia y su vida, su vida "madre" tiene que ser entretenida.

Durante la excedencia de eMamá, todo el mundo parece olvidarlo, los niños también comen. Poco, porque son los eHijos, pero comen. Menos eBebote, que devora todo el tiempo (excepto en las horas establecidas). La descansada vida de la madre excedida comienza a horas intempestivas y variables (lo mismo da las 6 de la mañana que las 7. Y una vez a eHijo casi le dieron las 10...tentada estaba de llamar a urgencias). Y comienza tres veces, en general. eBebote abre la marcha entonando su "Quero saliiiir", seguido de "¡a desayunar, mamá!", nueva variante del anterior y temido "a desayunar mamá", que podía darse a cualquier hora de la noche e implicaba tener un niño anatómicamente fusionado conmigo durante horas -nótese la importancia de una coma-. Bien. eBichita suele despertarse con un "ayyyynnnnnmmmmmmmm" (grito gutural de amplio espectro), que traducido por el sistema especializado integrado en el sistema de audio de las eMamás (o gracias al curso de interpretación que toda excedente tiene tiempo de disfrutar, durante su codiciada época de asueto), viene a querer decir: "Buenos días, tengo hambre, ganas de hacer pis, aún tengo sueño y considero el mundo completamente injusto por absolutamente cada cosa hasta dentro de dos horas. Déjame en paz y cuídame". Un caso difícil que se alivia cuando tras gruñir varias veces más, conseguimos, ella y yo, que se tome su tacita de leche, medio paquete de galletas y un trozo de pan duro. eHijo es mucho  más prudente, suele venir sonriente a abrazarme, o simplemente exigirme "¡mamá!". Tras años de convivencia, los dos sabemos entendernos con registros mínimos, eficaces y puntuales. 
Pero a lo largo del día, los eHijos deben alimentarse varias veces. Y de forma aceptable. eBebote, según su naturaleza inquieta y curiosa, lo hace de continuo a pequeñísimas dosis de prácticamente todo. Un trozo de salchicha olvidado, media galleta mordisqueada del desayuno, un zumo de piña, tres migas de pan, un danonino,"quecho quechito quecho", pera-media pera-pera entera, cuarto de pollo, un plato (MI plato) de verduda - que me ha cambiado por su puré-, otro danonino ("no, hijo, ya te has tomado uno"), "quero pan" (no hay), "quero coqueta" (tampoco), "quero pulpo"(???), "quero esooooo". Los otros dos eHijos son más puntuales en su alimentación, más ordenados y un poco menos exigentes. Pero la comida hay que pensarla, conseguirla y, cosa importante, cocinarla. En el tiempo de que se dispone (variable), o se corre el riesgo de que, como ayer, alguien pretenda comerse los tallarines crudos. O se organice un motín de niños sentados a la mesa. 

Pero el verdadero punto de estar viviendo la vida "madre", el verdadero verdadero, el que todos los envidiosos, agoreros, malpensados o simplemente ignorantes, olvida, es que la vida de excedencia es mucho más que todo eso. Es gratis. 
Lo que te regalan los eHijos cada día, es gratis. 
Las lecciones de vida, las dosis de humor, la necesidad primaria del vínculo con su madre, es gratis. 
Oír a tus hijitos de dos, tres y cuatro años decir cada mañana, cada tarde, cada noche, cada día "te quiero mucho, mami", es gratis. 
Disfrutar cuando ven un petirrojo, cuando riegan una planta, cuando trepan por un árbol, ESO, es gratis. 
Salir a comprar una barra de pan y estar dos horas fuera de casa jugando en los columpios, es gratis. Sin prisa por volver a casa, porque nadie más que nosotros nos espera. 
Hacer lo que la vida nos pida en cada momento, es gratis. 
Ir a ver trenes y ver uno, dos, doscientos... es gratis. 
Ver el agua correr, las hojas moverse, las hormigas trabajar en una avellana... es gratis. 
Nombrar a cada mosca ("la amiga Lucía", "la amiga Sara"), saludar a los caballos, descubrir una salamandra en la ventana... es gratis. 
Verles bailar, reir, jugar; escuchar sus juegos cuando no saben que estás cerca, es gratis.
El "mamá levántate", "abre los ojos" "kikikíiii", es gratis. 
El "¿dónde está papá?", "deja el tótono", "¿leemos este cuento"?, "oto quento", es gratis.

Y el sueldo, queridos todos, EL SUELDO también ES GRATIS.


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