Esta
mañana he perdido la paciencia una vez más (y van como 2462987 más
o menos). eBebote, que ya tiene 3 añazos, afortunadamente ha
olvidado la vieja costumbre de levantarse antes que el sol para pasar
a hacerlo CON el sol. Así que a las siete de la mañana, tras una
noche en que su madre ha tratado de deshacerse (con éxito, parece)
de un molestísimo dolor de cabeza a la vez que compartía cama con
el sujeto mencionado y velaba porque, una vez huido ePapá al
trabajo, no se despeñase por el otro lado, eBebote ha abierto una
rendija ocular y, con su sexto sentido arácnido, ha expresado:
“quiero desayunar”. Arghhhh, cielos. ¿Pero cuánto necesita NO
dormir este niño? En total, habrán sido 7 horas de sueño. eMamá y
su cabeza, desde luego, necesitan al menos una más. Tampoco
exageremos, porque una de las cosas atractivas de la maternidad es
que, una vez tienes un hijo que te acostumbra a jornadas de sueño
antimaratonianas, con dormir cinco horas tienes las pilas cargadas y
el cuerpo se despierta solo (no así la mente, que pasa a un
permantente estado de duermevela y abotargamiento que no tiene
solución).
Como
decía, mi hijo menor con su sexto sentido arácnido ha prescindido
hoy por primera vez de su particular “buenos días”, que venía a
ser “mamá, ¿estás con nosotros?”. Tras tres días comprobando
que, efectivamente, estoy con ellos de vacaciones y a su completa
disposición, ha intuido que esto ya no tiene arreglo y eMamá ha
venido para quedarse.
Asumidas
las condiciones por ambas partes, preparo el desayuno. Nuestra
despensa parece un muestrario de cualquier buen supermercado:
galletas redondas, galletas con paja, galletas sin azúcar, con
chocolate por encima, por debajo o por los lados, rellenas de algo
que dice ser nata (con y sin chocolate por encima, debajo y los
lados), bollitos (una sola variedad -aquí el stock falla un poco-),
pan tostado, tres o cuatro tipos de cereales… eBebote durante esta
semana ha catado casi cada producto consentido de esta lista
(quitando chocolates varios), y hoy dispone firmemente el menú:
cereales súperguays. Galletas no porque tienen caritas dibujadas y
sólo comemos las de letras (diría que me ha salido un ilustrado,
pero es que rechaza la ilustración).
ZZZZvasoZZZZlecheZZZZmicroZZZZcerealesZZZZpajitadoscucharasmesaplatoZZZZZZZZZZZZZZZ...¡!
eBebote ha echado su pequeño bol de cereales enterito en el vaso de
leche. “!Mira qué bien, qué práctico”, piensa satisfecha
eMamá, que por simple problema de suministro ha escogido el vaso más
grande de la casa y lo ha llenado hasta la mitad de leche. El tamaño
es perfecto para el cóctel de energía que va a ser este desayuno.
eMamá regresa a su café con leche recalentado y sus cuatro galletas
sin azúcar cuasitransparentes de la dieta permanente…
“Quiero
galletaz”. Una carita medio adormilada observa con gula y cierta
dificultad por encima de su aparentemente delicioso vaso de desayuno,
del que se ha bebido ya toda la leche dejando una muralla de cereales
empapados -todos sabemos del poder aglutinante de este material,
seguramente sea el ingrediente secreto de afamadas marcas de
pegamentos ultrafuertes del mercado. NO recomiendo la comprobación
empírica-. Vuelvo a sumirme en mis reflexiones de café con sueño
mientras murmuro algo como “termina los cereales, que los has
pedido tú”, o algún sinsentido por el estilo.
Entonces
eBebote empieza a torcer su gesto en ESA mueca que conozco tan bien.
El labio superior se curva hacia abajo, los ojos se agrandan y…
cuando empieza a abrir la boquita en un primer alarido lastimero, el
lado oscuro de eMamá toma el control y, obviando que el resto de
niños duerme todavía- algo que me preocupa- y unos cuantos
atenuantes más, agarra el desafortunado recipiente y… ¡CRAC! Se
estampa contra el suelo.
eMamá
recoge sus millones de pedacitos que se esparcen por el suelo del
salón, del hall y hasta del baño, por encima de una alfombra,
debajo de los radiadores e incluso entre los cables de la tele…
Mientras, yo intento ayudarla buscando los trocitos de cristal con
argamasa en que ha convertido el olvidado desayuno.
Enviamos
a eBebote a su cama un rato más, cosa que agradece su cuerpecito
cansado y reconfortado, y, penosamente, mi lado oscuro y yo
comenzamos la reconstrucción. El vaso no tiene solución, pero no
importa. Hay otros. El alma, desgraciadamente, nos va a llevar un
rato.