lunes, 16 de marzo de 2015

la eMamámorfosis



Ha pasado otro año. La familia se convirtió en numerosa apenas unos días después de la última entrada, y exactamente tres días después de que eHijo recibiera el alta en el hospital. No parimos solos, finalmente, aunque la eMamá llegó a patita y sola a la maternidad, navegando en líquido amniótico mientras una inocente enfermera de prácticas seguía el protocolo...”¿estás segura de que has roto aguas?”. “No lo sé, pero la canoa está en la puerta”.


El último año puede resumirse fácilmente en dos palabras: Mala y Leche. Y es que eMamá se ha convertido por fin en la anhelada central lechera que tantos intentos infructuosos nos ha costado. Genial, ¿verdad? La experiencia de tener la comida a mano en prácticamente todos los lugares y circunstancias es impagable (lo impagable es ver cómo ese ser desvalido se va haciendo grande agarradito a mamá). Pero a cambio mi pequeño eMbrión, ahora ya eBebote (no es un bebé gordo, ni siquiera rellenito, pero sí alto y espabilado), es terriblemente dependiente de este tesoro lácteo. Y claro, aparte alrededor tenemos un pequeño monstruito de la destrucción y el caos (eBebita, ahora ya eBichita) que no depende de nada ni nadie para aumentar la entropía universal. Y un poco más allá encontraremos a eHijo con sus múltiples rabietas reconvertidas en lamentos plañideros hasta para celebrar un episodio de Mickey Mouse. La Leche. O todas las Leches.


¿Que de dónde sale la Mala? De un ejercicio mental. Pongamos una cariñosa eMamá repartiendo meriendas cual galletas (en todas su acepciones), y galletas cual meriendas , rodeada por dos electrones de ubicación impredecible y un bebé en brazos. Los tres ingiriendo cuidadosamente mocos. Y entonces a cámara lenta veamos una eBichita metiendo su frágil bracito por los barrotes de una barandilla y accediendo a un mecanismo peligroso ubicado en el portal de nuestra casa. A continuación de eMamá desaparecen hasta las facciones y en su lugar “Eso” se revuelve como el diablo de Tasmania, coge el bracito, pega cuatro gritos, aporrea un ascensor e increpa a tres inocentes vecinos que apenas han tenido tiempo de presenciar la escena. Y grita mucho, y se cabrea aún más. Los eHijos perplejos, se meten en el ascensor-caja de cerillas, y la eMamá enfurecida emite espumarajos por la boca…



Ese día, como se dice vulgarmente, “toqué fondo”. Si fuerte fue esa metamorfosis, no menos dura es la eMamámorfosis posterior. Desde ese día, avergonzada, decidí obligarme a ser paciente (más paciente), calmada (más calmada), cordial (más cordial) y comprensiva con los eHijos. Ha sido duro, ha sido eficaz (un tiempo), está siendo todo un reto. Aprendí a acompañar las rabietas de eBichita, y ahora en ocasiones las acompaño tan bien, que ahí nos quedamos la rabieta y yo, y ella a otra cosa. Al menos sé que sola, lo que se dice sola, no voy a volver a estar: la rabieta,”Eso” el bicho y yo, vivimos en simbiosis tan ricamente.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario