Ha pasado otro año. La familia se
convirtió en numerosa apenas unos días después de la última entrada, y
exactamente tres días después de que eHijo recibiera el alta en el hospital. No
parimos solos, finalmente, aunque la eMamá llegó a patita y sola a la
maternidad, navegando en líquido amniótico mientras una inocente enfermera de
prácticas seguía el protocolo...”¿estás segura de que has roto aguas?”. “No lo
sé, pero la canoa está en la puerta”.
El último año puede resumirse fácilmente
en dos palabras: Mala y Leche. Y es que eMamá se ha convertido por fin en la
anhelada central lechera que tantos intentos infructuosos nos ha costado.
Genial, ¿verdad? La experiencia de tener la comida a mano en prácticamente
todos los lugares y circunstancias es impagable (lo impagable es ver cómo ese
ser desvalido se va haciendo grande agarradito a mamá). Pero a cambio mi
pequeño eMbrión, ahora ya eBebote (no es un bebé gordo, ni siquiera rellenito,
pero sí alto y espabilado), es terriblemente dependiente de este tesoro lácteo.
Y claro, aparte alrededor tenemos un pequeño monstruito de la destrucción y el
caos (eBebita, ahora ya eBichita) que no depende de nada ni nadie para aumentar
la entropía universal. Y un poco más allá encontraremos a eHijo con sus
múltiples rabietas reconvertidas en lamentos plañideros hasta para celebrar un
episodio de Mickey Mouse. La Leche. O todas las Leches.
¿Que de dónde sale la Mala? De un
ejercicio mental. Pongamos una cariñosa eMamá repartiendo meriendas cual
galletas (en todas su acepciones), y galletas cual meriendas , rodeada por dos
electrones de ubicación impredecible y un bebé en brazos. Los tres ingiriendo cuidadosamente
mocos. Y entonces a cámara lenta veamos una eBichita metiendo su frágil bracito
por los barrotes de una barandilla y accediendo a un mecanismo peligroso
ubicado en el portal de nuestra casa. A continuación de eMamá desaparecen hasta
las facciones y en su lugar “Eso” se revuelve como el diablo de Tasmania, coge
el bracito, pega cuatro gritos, aporrea un ascensor e increpa a tres inocentes
vecinos que apenas han tenido tiempo de presenciar la escena. Y grita mucho, y
se cabrea aún más. Los eHijos perplejos, se meten en el ascensor-caja de
cerillas, y la eMamá enfurecida emite espumarajos por la boca…
Ese día, como se dice vulgarmente,
“toqué fondo”. Si fuerte fue esa metamorfosis, no menos dura es la
eMamámorfosis posterior. Desde ese día, avergonzada, decidí obligarme a ser
paciente (más paciente), calmada (más calmada), cordial (más cordial) y comprensiva
con los eHijos. Ha sido duro, ha sido eficaz (un tiempo), está siendo todo un
reto. Aprendí a acompañar las rabietas de eBichita, y ahora en ocasiones las acompaño
tan bien, que ahí nos quedamos la rabieta y yo, y ella a otra cosa. Al menos sé
que sola, lo que se dice sola, no voy a volver a estar: la rabieta,”Eso” el
bicho y yo, vivimos en simbiosis tan ricamente.
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