miércoles, 8 de abril de 2015

La lectura


Antes de las vacaciones eMamá estuvo en el colegio del eHijo, que invita a padres y abuelos a celebrar con ellos su propia semana del libro, “leyendo” (o más bien narrando) un cuento. Se trata de una variante personal de un cuento de mi infancia (así que ya ha cumplido de sobra las bodas de plata). Fue todo un honor. El mismo eHijo que por la mañana me decía “no, eMamá, no vengas a mi cole”, nada más recibir autorización de la profesora para saludarme, me cogió con su manita blanca y no me soltó más. Tanto es así, que tuve que hacer los honores y comenzar la primera.


Aunque parezca trivial enfrentarse a un auditorio infantil compuesto por unos 20 niños de entre 3 y 4 años, cuya masa máxima total al despegue (permítaseme esta licencia) no debe superar mi tonelaje estándar (diría que soy “indespegable”), lo cierto que esas 20 caritas observándome directamente con una mezcla de estupor y de no entender imponen bastante. Yo empecé la narración con desMarmajo (no desparpajo, eso correspondía a otros) y fui avanzando en el cuento. Mi pequeño ayudante, sentado en la silla de la profe (por peculiaridades literarias yo necesitaba estar de pie), apenas dijo muy bajito “el árbol”, cuando le pregunté el título. Ni que decir tiene que después de haber echado en la alfombra mágica los polvos mágicos de los cuentos, ni uno solo de los pequeños querubines se atrevió a abrir la boca.

“¿Cómo se llama el árbol que no tiene hojas en inviernoooooo?” Silencio (y me consta que mi hijo lo sabe, y que yo no se lo he enseñado, así que si partimos de la hipótesis de que mi niño no es el más listo ni el más guapo de la clase – mal que me pese hacer esta hipótesis, porque pienso que sí que es el más guapo, y probablemente de los más listos si no el que más- seguro que alguno más – o sea, el objetivamente más listo- tenía la respuesta). Seguimos “leyendo” (narrando) el cuento. eMamá sigue teatralizando todo lo que puede.

“¿Qué cosas se hacen con la madera del árbooooool?” Silencio. De acuerdo, están intimidados, pero eMamá empieza a plantearse si no va a resultar que todos estos pequeñuelos no es que sean listos, sino que son tremendamente inteligentes (y lo son, creedme que lo son) y estoy  en guardia: ¿podría pasar que alguno en un arranque de sinceridad me responda “esos lapiceros ya se hacen de plástico”, o “las mesas son de contrachapado, con interior de fibra de vidrio, lo que la convierte en un material resistente y ligero respetuoso con el medio ambiente y a la vez económico que… ”; o peor aún: “los libros que se leen ahora son electrónicos”.

No importa, yo prosigo narrando mi cuento infantil reinterpretado, dibujado por mí misma y desplegado a medida que se lee. Toda una maravilla de la técnica materna, una preciosidad, lleno de sorpresas (y de un búho, por Dios bendito, ¿cuándo iba yo a suponer que sabría dibujar un búho? Y bien favorecido, sólo parece un infinito estabilizado sobre un balón con patas). “¿Por dónde se alimentan las plantaaaaaaaaaaaaas?” Silencio.

Miro a eHijo desesperada en busca de apoyo: “¿tú sabes por dónde se alimentan las plantas?”. Mirada consternada. Ay, madre, pero las plantas se alimentan, ¿no? Empiezo a revisar mis palabras y expresiones, a dudar de todo (son niños, pequeños niños inocentes, no debería parecerse a una escena de “poli bueno, poli malo” en la que voy a confesar hasta lo imposible, como que las lechugas viven el hielo, o los árboles se alimentan de latas en conserva). Vista al frente, reúno todo el valor posible y acabo de contar el cuento, con final sorpresa. Aplausos educados. Me retiro y dejo mis dos creaciones  colgadas de un imán en la pizarra.

Me siento ¿satisfecha? (de sentarme, no de sentirme, que también podría empezar a suceder). Y de pronto oigo a una abuela “yo no sé hacerlo así de bien”, y otra madre “es que tiene experiencia”, “¿te dedicas a la enseñanza, verdad?”  Sonrojo de mi ego, apunto de rellenar mis michelines (¡lo que nos faltaba a los dos!). Y se acerca la profesora. Antes de perder por completo la cabeza dentro de mi orgullo y realización personal, oigo “qué maravilla, de dónde lo has sacado, ¿vendrás de nuevo a contarlo cuando estudiemos las plantas?”.

lunes, 16 de marzo de 2015

la eMamámorfosis



Ha pasado otro año. La familia se convirtió en numerosa apenas unos días después de la última entrada, y exactamente tres días después de que eHijo recibiera el alta en el hospital. No parimos solos, finalmente, aunque la eMamá llegó a patita y sola a la maternidad, navegando en líquido amniótico mientras una inocente enfermera de prácticas seguía el protocolo...”¿estás segura de que has roto aguas?”. “No lo sé, pero la canoa está en la puerta”.


El último año puede resumirse fácilmente en dos palabras: Mala y Leche. Y es que eMamá se ha convertido por fin en la anhelada central lechera que tantos intentos infructuosos nos ha costado. Genial, ¿verdad? La experiencia de tener la comida a mano en prácticamente todos los lugares y circunstancias es impagable (lo impagable es ver cómo ese ser desvalido se va haciendo grande agarradito a mamá). Pero a cambio mi pequeño eMbrión, ahora ya eBebote (no es un bebé gordo, ni siquiera rellenito, pero sí alto y espabilado), es terriblemente dependiente de este tesoro lácteo. Y claro, aparte alrededor tenemos un pequeño monstruito de la destrucción y el caos (eBebita, ahora ya eBichita) que no depende de nada ni nadie para aumentar la entropía universal. Y un poco más allá encontraremos a eHijo con sus múltiples rabietas reconvertidas en lamentos plañideros hasta para celebrar un episodio de Mickey Mouse. La Leche. O todas las Leches.


¿Que de dónde sale la Mala? De un ejercicio mental. Pongamos una cariñosa eMamá repartiendo meriendas cual galletas (en todas su acepciones), y galletas cual meriendas , rodeada por dos electrones de ubicación impredecible y un bebé en brazos. Los tres ingiriendo cuidadosamente mocos. Y entonces a cámara lenta veamos una eBichita metiendo su frágil bracito por los barrotes de una barandilla y accediendo a un mecanismo peligroso ubicado en el portal de nuestra casa. A continuación de eMamá desaparecen hasta las facciones y en su lugar “Eso” se revuelve como el diablo de Tasmania, coge el bracito, pega cuatro gritos, aporrea un ascensor e increpa a tres inocentes vecinos que apenas han tenido tiempo de presenciar la escena. Y grita mucho, y se cabrea aún más. Los eHijos perplejos, se meten en el ascensor-caja de cerillas, y la eMamá enfurecida emite espumarajos por la boca…



Ese día, como se dice vulgarmente, “toqué fondo”. Si fuerte fue esa metamorfosis, no menos dura es la eMamámorfosis posterior. Desde ese día, avergonzada, decidí obligarme a ser paciente (más paciente), calmada (más calmada), cordial (más cordial) y comprensiva con los eHijos. Ha sido duro, ha sido eficaz (un tiempo), está siendo todo un reto. Aprendí a acompañar las rabietas de eBichita, y ahora en ocasiones las acompaño tan bien, que ahí nos quedamos la rabieta y yo, y ella a otra cosa. Al menos sé que sola, lo que se dice sola, no voy a volver a estar: la rabieta,”Eso” el bicho y yo, vivimos en simbiosis tan ricamente.