martes, 25 de junio de 2013

el germen de eMamá

Para abrir boca, hoy voy transcribir algo que sucedió hace escasos dos meses en nuestro propio edificio, y causa principal de este blog.
Vivimos en un piso como tantos, en Madrid, junto a otros 111 vecinos. Como corresponde ante tal aglomeración, hay de todo, desde los que no saludan o fingen no verte cuando pasas (la mayoría), a gente muy cortés y educada de esos que te esperan para coger el ascensor.
El día de autos salíamos toda la familia. Al llegar al portal el aire fresco se colaba por los resquicios, así que la eMamá ni corta ni perezosa decide desenfundarse la chaqueta para arropar a la eBebé, una nenita de entonces cinco meses. Mientras estaba en estas lides, una solícita vecina se ofrece a ayudar a la eMamá, que parecía más un pulpo jugando a piedra-papel-tijera-lagarto-Spock. Estaba y estoy muy agradecida por este detalle tan inusual, así como por los halagos hacia nuestra hija en que se deshizo. Hasta que de pronto vio a nuestro eBebé (ya no tan bebé) mayor, que a la sazón tenía sus 20 meses ya y acababa de subir renqueante los escalones del portal que previamente había bajado. Esto se merece un punto y aparte.
El discurso siguió por derroteros tan habituales como inadecuados (desde mi punto de vista, porque alabar a un niño a costa de menospreciar a otro no me parece educativo): que si el mayor sí que es guapo (¿es que no lo era también su hermana hace un momento?), que si tal y cual… Como digo, lo habitual. Se despide y cuando sale por la puerta, dejándonos en amor y compañía a los cuatro, dice llanamente: “¡qué desastre!”  Muy buenos días tenga usted también (en ese momento estábamos tan estupefactos que ni siquiera se los pude desear).
Hasta el conserje, cuyo idioma natal no es el castellano, nos preguntó si había entendido bien.

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