Hoy es miércoles. Desde el lunes mi hijo ha emprendido la complicada misión de volver a casa todo mordisqueado como si de un chicle se tratase. El lunes en el autobús descubrí en su bracito dos extrañas marcas que, por más que se frotasen, no desaparecían. Eran la sombra de una sucesión de dientes perfectamente encajados en una mandibulita del tamaño de un bebé. El martes su profe, desconcertada y desolada a partes iguales, tuvo que informarme de que para hacer juego, nuestro peque lucía otro bocado similar en el otro brazo. Cuando fuimos a admirar semejante obra artística, otros dos traumatismos con un número dispar de dientes asomaban en su manita y subían, como un sinuoso emblema de la masticación, hasta el codo…
Alguien ha confundido sospechosamente a mi hijo con un bocata. Como celosa madre que soy, pretendo que al – ¿inocente?- agresor se le reprenda por su comportamiento. Ignoro si a los progenitores de esta pequeña fiera se les ha informado alguna vez de los hechos. En el historial figuran un precioso reloj de mano, no hace mucho, un mordisco en el interior del brazo (localizado por las babas que dejó en la camiseta) y el más antiguo y problemático, un bocado en plena tripa. Y digo problemático porque por azares alguien se olvidó de comentármelo y pasé una noche terrible esperando que se desencadenase toda una reacción alérgica (ay, las madres, cómo somos…)
Como persona (parcialmente) lógica intento comprender qué razones empujan a otro, u otros bebés, a organizar este galimatías dental sobre la piel de mi retoño que, según palabras textuales, es el único que sale así del aula día tras día. Una de las conclusiones es que eBebé mayor persigue sin cesar a cierto compañero para arrebatarle cualquier juguete que éste tenga en sus manos. Otra, que con este amigo debe de llevarse de maravilla, porque se pasan el día juntos, duermen en cunas contiguas, organizan saraos a la hora de la siesta, se saludan afectuosos por la calle y mi hijo se niega a dar el chivatazo. Ni siquiera llora (ambas cosas, de un tiempo a esta parte).
Ante estos hechos, la eMamá se pregunta cómo actuar para inculcar pacíficamente a su pequeño hábitos que le permitan conservar intactas sus extremidades y desarrollar un comportamiento social adecuado. Pero ignora cómo hacerlo cuando el entorno más cercano a eBebé mayor es feliz comiéndose un pie (algo que a él no le interesa demasiado).
Así dicen que todos los niños llegan con un pan bajo el brazo (¿o alrededor de él?). Mañana lo llevo a la guardería envuelto en papel de plata.