Antes de las vacaciones eMamá estuvo en el colegio del eHijo, que invita a padres y abuelos a celebrar con ellos su propia semana del libro, “leyendo” (o más bien narrando) un cuento. Se trata de una variante personal de un cuento de mi infancia (así que ya ha cumplido de sobra las bodas de plata). Fue todo un honor. El mismo eHijo que por la mañana me decía “no, eMamá, no vengas a mi cole”, nada más recibir autorización de la profesora para saludarme, me cogió con su manita blanca y no me soltó más. Tanto es así, que tuve que hacer los honores y comenzar la primera.
Aunque parezca trivial
enfrentarse a un auditorio infantil compuesto por unos 20 niños de entre 3 y 4
años, cuya masa máxima total al despegue (permítaseme esta licencia) no debe
superar mi tonelaje estándar (diría que soy “indespegable”), lo cierto que esas
20 caritas observándome directamente con una mezcla de estupor y de no entender
imponen bastante. Yo empecé la narración con desMarmajo (no desparpajo, eso
correspondía a otros) y fui avanzando en el cuento. Mi pequeño ayudante,
sentado en la silla de la profe (por peculiaridades literarias yo necesitaba
estar de pie), apenas dijo muy bajito “el árbol”, cuando le pregunté el título.
Ni que decir tiene que después de haber echado en la alfombra mágica los polvos
mágicos de los cuentos, ni uno solo de los pequeños querubines se atrevió a
abrir la boca.
“¿Cómo se llama el árbol que no
tiene hojas en inviernoooooo?” Silencio (y me consta que mi hijo lo sabe, y que
yo no se lo he enseñado, así que si partimos de la hipótesis de que mi niño no
es el más listo ni el más guapo de la clase – mal que me pese hacer esta
hipótesis, porque pienso que sí que es el más guapo, y probablemente de los más
listos si no el que más- seguro que alguno más – o sea, el objetivamente más
listo- tenía la respuesta). Seguimos “leyendo” (narrando) el cuento. eMamá
sigue teatralizando todo lo que puede.
“¿Qué cosas se hacen con la madera del
árbooooool?” Silencio. De acuerdo, están intimidados, pero eMamá empieza a
plantearse si no va a resultar que todos estos pequeñuelos no es que sean
listos, sino que son tremendamente inteligentes (y lo son, creedme que lo son)
y estoy en guardia: ¿podría pasar que alguno
en un arranque de sinceridad me responda “esos lapiceros ya se hacen de
plástico”, o “las mesas son de contrachapado, con interior de fibra de vidrio,
lo que la convierte en un material resistente y ligero respetuoso con el medio
ambiente y a la vez económico que… ”; o peor aún: “los libros que se leen ahora
son electrónicos”.
No importa, yo prosigo narrando
mi cuento infantil reinterpretado, dibujado por mí misma y desplegado a medida
que se lee. Toda una maravilla de la técnica materna, una preciosidad, lleno de
sorpresas (y de un búho, por Dios bendito, ¿cuándo iba yo a suponer que sabría
dibujar un búho? Y bien favorecido, sólo parece un infinito estabilizado sobre
un balón con patas). “¿Por dónde se alimentan las plantaaaaaaaaaaaaas?”
Silencio.
Miro a eHijo desesperada en busca
de apoyo: “¿tú sabes por dónde se alimentan las plantas?”. Mirada consternada. Ay,
madre, pero las plantas se alimentan, ¿no? Empiezo a revisar mis palabras y
expresiones, a dudar de todo (son niños, pequeños niños inocentes, no debería
parecerse a una escena de “poli bueno, poli malo” en la que voy a confesar
hasta lo imposible, como que las lechugas viven el hielo, o los árboles se
alimentan de latas en conserva). Vista al frente, reúno todo el valor posible y
acabo de contar el cuento, con final sorpresa. Aplausos educados. Me retiro y
dejo mis dos creaciones colgadas de un
imán en la pizarra.
Me siento ¿satisfecha? (de
sentarme, no de sentirme, que también podría empezar a suceder). Y de pronto
oigo a una abuela “yo no sé hacerlo así de bien”, y otra madre “es que tiene
experiencia”, “¿te dedicas a la enseñanza, verdad?” Sonrojo de mi ego, apunto de rellenar mis
michelines (¡lo que nos faltaba a los dos!). Y se acerca la profesora. Antes de
perder por completo la cabeza dentro de mi orgullo y realización personal, oigo
“qué maravilla, de dónde lo has sacado, ¿vendrás de nuevo a contarlo cuando
estudiemos las plantas?”.